Japón, tercera etapa. Muchos viajes dentro de un solo viaje.

Esta semana ha estado extremadamente fría en Canadá. Si bien, en lo posible hemos salido a caminar y jugar afuera, los días transcurren lentos y a veces un poco tediosos. Hoy particularmente, en un momento de aburrimiento, mis hijos se pusieron a revisar entre algunas cajas de la mudanza que aún no desarmo.

Allí encontraron las hojas y libros de origami que trajimos de nuestro viaje en Tokio, y ahí noté que nunca había escrito sobre esta última etapa de nuestras vacaciones. Las dos primeras semanas estuvieron centradas en Okinawa donde aprendimos muchísimo sobre nuestro arte marcial.

La última etapa de nuestro viaje a Japón comenzó cuando dejamos Okinawa y volamos a Tokio. Llegamos por la tarde-noche y nos dirigimos al hotel, ubicado a pocas cuadras del famoso Scramble Square en Shibuya.

Este icónico cruce peatonal es conocido por ser uno de los más transitados del mundo, con hasta 3,000 personas cruzando al mismo tiempo durante las horas pico. Es un verdadero espectáculo de sincronía urbana, un caos muy ordenado.

Una vez registrados, dejamos nuestras cosas y salimos a explorar. Tokio nos recibió con un despliegue de luces, colores, sonidos y movimiento. Lleno de sorpresas como gente disfrazada de personajes corriendo en kartings al estilo de Mario Kart.

También nos impactó ver personas disfrazadas con trajes dignos de Broadway, con telas de alta calidad, maquillajes detallados y actuaciones que parecían sacadas de un espectáculo profesional.

Después de cenar, regresamos al hotel para descansar, ya que al día siguiente visitaríamos la isla artificial de Odaiba, conocida por su atmósfera futurista y el famoso Gundam Unicorn. Nos trasladamos en tren, como en la mayoría de nuestras travesías, guiados por las precisas indicaciones de Google Maps, que mostraban en tiempo real las conexiones y horarios.

En Odaiba, visitamos el Museo Nacional de Ciencias Emergentes e Innovación (Miraikan), donde exploramos exhibiciones interactivas como ASIMO, el robot humanoide, y demostraciones de tecnologías innovadoras relacionadas con el medio ambiente y el espacio. Fue una experiencia educativa y divertida para toda la familia.

Luego, paseamos por un centro comercial lleno de tiendas temáticas: Pokemon, One Piece, Sanrio, Studio Ghibli y, por supuesto, la tienda Gundam. Era un paraíso para los fanáticos de la cultura pop japonesa. Exhaustos pero felices, regresamos al hotel para descansar y prepararnos para el siguiente día.

Visitamos el Meiji Jingu, un santuario Shinto dedicado al emperador Meiji y la emperatriz Shoken, ubicado en un tranquilo bosque en el corazón de Tokio.

Su ícono principal es el Ichino Torii, un enorme portal de madera que marca la entrada al santuario. Pasamos medio día explorando este lugar lleno de paz y tradición. Lo increíble de este espacio es la desconexión que logra de la ciudad, dentro de esta área verde, te olvidas del caos y las construcciones de la ciudad.

Por la tarde, nos dirigimos a Yodobashi Akiba, una gigantesca tienda de nueve pisos en Akihabara. Este lugar es un universo en sí mismo, repleto de electrónica, juguetes, videojuegos, artículos de colección y mucho más. Cada rincón estaba lleno de colores, luces y anuncios que hacían de la visita una experiencia abrumadora pero inolvidable.

Esa noche cenamos en un pequeño restaurante en una calle lateral, con fachadas que parecían sacadas de “El viaje de Chihiro”.

A la mañana siguiente, viajamos con destino a Kyoto en el Shinkansen, el tren bala que viaja a una velocidad de hasta 320 km/h, cubriendo la distancia entre Tokio y Kioto en aproximadamente 2 horas y 20 minutos.

Al llegar a Kioto, nos alojamos en un encantador Airbnb en una casa tradicional con pisos de tatami y detalles de época, lo que hizo que la estancia fuera una experiencia cultural en sí misma. Dejamos nuestras cosas y nos dirigimos al Kiyomizudera, un templo budista situado en las colinas orientales de Kioto, famoso por su enorme terraza de madera que ofrece vistas impresionantes de la ciudad.

Caminamos por calles llenas de tiendas tradicionales donde Leonor finalmente compró el kimono por el cual había estado ahorrando durante todo el año, y Felipe eligió unos hermosos abanicos.

El segundo día visitamos los mil torís del Fushimi Inari Taisha. Al inicio del recorrido, había mucha gente, pero a medida que avanzábamos, la multitud disminuía y pudimos disfrutar de la serenidad del lugar. Llegar a la cima fue un logro especial, más aún considerando que lo hicimos con cuatro niños de entre 5 y 9 años.

Ese mismo día exploramos el Kinkakuji, el Pabellón Dorado, un templo zen cubierto de hojas de oro que reflejan la luz en su estanque. Luego caminamos por el bosque de bambú de Arashiyama, un lugar mágico donde los altos tallos de bambú.

Finalmente volvimos a tomar el Shinkansen para regresar a Tokio, donde nos esperaba la última sorpresa del viaje: Disney. Aunque era una sorpresa para los niños del grupo, nosotros quedamos tan pasmados como ellos, o incluso más. Disfrutamos mucho del parque a pesar de que por momentos llovió torrencialmente. Viéndolo ahora desde la distancia, la lluvia fue un condimento más para la aventura.

Fueron días largos pero llenos de disfrute, aprendizaje y momentos inolvidables. Este viaje nos dejó con nuevas perspectivas, gratitud por las experiencias compartidas y recuerdos que atesoraremos para siempre. Japón fue mucho más que un destino; fue una vivencia que nos enriqueció como familia y como individuos.

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